La enfermedad del pensamiento
en la trágica comedia de sus básicos movimientos,
componía el sopor de una mediocre sonrisa.
¡Y yo! que atormentaba el adormecido aliento,
teñido de olor vainilla y con los dedos
reposados en colores ámbar.
Me perseguía el atardecer, nefasto y sin matices,
paseaba por los caminos escondidos,
de la caricia y su pulcritud de formas sanas,
con esa intensa mirada ufana, penetraba.
Era el sigiloso e indeseado amanecer, que me expulsaba
del peligro nocturno de sus coquetas bocanadas.
¡Ahí verás! como se tumba y arrastra, meciendo la zaga
de su identidad ausente.
Reformando sus discursos coloquiales
Con seres inherentes al puro sentimiento
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